LO QUE NO CAMBIO

El aroma a tierra
recién húmeda por una
lluvia inesperada
de mayo.

Porque su aroma despierta
huellas de niños, 
el cantar del los cítricos
y sus azahares, y el arbusto
de la cenicienta cachanilla
apenas arraigada a una 
tierra que despide olor 
a espíritu de pinares.

Los pastos cobijados
por una capa de miles
de cristales, entre 
cantares de cientos de
florecillas de color violeta.

Los laurales que parecen
en boda, con una novia
de velo rosado y un vestido
de flores que se desparrama
en el fragante cemento.

La parra preñada 
de enorme hoja,
y verde brillante enredada
en la cerca oxidada.

Los eucaliptos gigantes
que llenan el ambiente
a esencia de tronco
maduro y hoja lozana.

El anaranjado
sol, que candidamente
tintinea su música
en la pared de color azul
como el agua del pacifico.

La lluvia me recuerda
que siempre es posible cambiar,
limpiar el alma. Y es que, ayer
miré un cielo negro, oscuro
amenazador. Y hoy es límpido
azul, con una paz de niño
que duerme en el regazo de su
madre.

La fuente del parque toda
rodeada de verde pastizal,
con su agua en paz.

Las palomas bebiendo agua de 
las charcas, los pajaritos
persiguiendo el lomo de 
un perro asustadizo.

El vaho de la tierra 
esperando  un 
pequeño rayo de sol.

No cambio las fragancias
que hace la lluvia
por un chanel
o un oscar de la renta.


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